Ahora estamos en dos blogs...




LOS COMENTARIOS ANIMAN A LA SEÑORITA ESCRITURA








miércoles, 30 de marzo de 2011

Día de regalos

Te regalo una guitarra que siempre tocará bien, acompañada del sonido de un piano de marfil y un violín con forma de sauce. Para que cantes al olvido y lo domestiques hasta hacerlo tuyo

Te regalo el cielo y sus estrellas amarillas, sus galaxias, sus planetas, sus suspiros. Para que bailen a tu antojo y con tu dedo puedas dibujar corazones con forma de libros de misterio, en forma de labios que siempre besarán bien.

Te regalo un pincel con la forma de tus caderas donde puedan dormir los artistas moribundos, con el que puedas pintar alegría espumosa y sonrisas bien decoradas.
Para que pintes bailes de mascaras venecianas, gondoleros amables, canales sin final, amaneceres en el día, atardeceres en la noche, y abrazos guapos aunque mal disimulados.

Te regalo un bolígrafo bic azul con acabados en sueños imposibles. Para que escribas sobre lo que nadie jamás pensó, para que escribas sobre ti y tus viajes, tus actuaciones y aplausos, tus pausas y latidos, tus días maravillosos, tus andares demoledores, tus susurros encantadores. Para parar el tiempo y pintar todos los ojos rojos del mundo de color azul.

Te regalo una almohada con puños cerrados de rabia. Blanca, gris, negra, amarilla y VERDE.
Para que al apoyar tu cabeza en ella el racismo caiga en el olvido, la pobreza se convierta en dicha y la rabia sea sustituida por abrazos aparentemente pactados.
Para que flotes y mires hacía abajo con gesto burlón a las almas con peso de ignorancia, como la mía.

Te regalo una plantilla con la palabra PERDÓN, para que mis errores no parezcan tan graves y tan repetitivos. Y una piedra gigante con aspecto malvado para que puedas entender porque siempre tropiezo en el mismo sitio, y por mucho que admita que aprendí a saltar con los ojos cerrados sepas que probablemente me caeré haciendo mucho ruido.

Te regalo mis manos, mis años, mi cocina, mis cuadros mal pintados, mis fotos en las que sale mi pasado y mi alma turbada.
Te regalo mis bufandas, mis zapatos, mis libretas mal escritas, mis tesoros no enterrados, mi arena de desierto y mis cartas perfumadas.

Te regalo mis temblores y miradas, dos sonrisas tiradas a medias contra tus cimientos y maneras. Un beso con sombrero en la mano y uno apasionado bajo cuatro gotas frías asentadas en tu portal. Tres bailes agarrados y treinta y cinco ataques de risa de esos que no tienen explicación ni remedio.


RODRIGO.

martes, 22 de marzo de 2011

La caja


Guardada en un armario de mi habitación tengo una caja de zapatos medio rota que me da miedo mirar.

Aunque aquel día iba a estar tatuada en el cielo la luna más grande de los últimos dieciocho años, y aunque el día mundial de la poesía se aproximaba, nada había cambiado. La vida seguía dando lecciones a base de palabras huecas. Y supongo que a fuerza de ver cosas una y otra vez las íbamos haciendo propias e incluso normales.

Ya no me molestaban los autobuses rojos e incluso podía rescatar algunas canciones que antes me ataban el estómago de cuatro maneras diferentes. Ya daba igual dejar de escribir cartas en mi mesa de madera blindada, ni significaba nada escribir historias de ficción en un aeropuerto de Amsterdam, o Londres, o del fin del mundo.
Había olvidado imaginar lugares; viajes y bastones, robos y sombreros.

Me despisté a la hora de escribir canciones mientras las iba escuchando, y creo que me robaron ese pequeño don que tenía para descubrir tristezas e intentar remendarlas. Ya no supe regalar aviones de papel ni escribir pequeñas notas que lanzaba al viento dirigidas hacía alguna ventana. Quedaron muy lejos esos momentos en los que cada cosa que rozaba mi alma me susurraba un futuro baile, o un regalo rodeado con un lacito rojo. Y por si fuera poco, ahora utilizo paraguas y tengo a mi pobre ventana algo olvidada.

Se murieron mis ganas nocturnas de playa, y me comenzaron a molestar las hojas marchitas que los arboles tiraban al suelo intentando borrar el color gris de las aceras. Me caía si intentaba caminar leyendo por la calle y se me trababa la lengua si me daba por recitar versos de mi amigo Gustavo, como si a veces fueran mios. Perdí muchas novelas a cambio de risas en la televisión, para dejar un poquito en paz a mis neuronas y sus consecuencias. Opté por no perderme, para no repetir la tarea de encontrarme y llevarme sorpresas al situarme frente al espejo.

Aún así, no me hagáis demasiado caso. Resulta que de vez en cuando, cuando voy a buscar algunas cosas que no se donde he metido, me topo con un pequeño armario que custodia una caja. Y entonces me pongo a bailar, a recordar y a sonreír ( cada vez en un orden distinto). Y se me ocurre que, si en realidad recuerdo y recito todo aquello que olvidé hacer, es simplemente porque me falta práctica y entrenamiento, detalle que con tiempo se supera.

Porque como alguien me dijo alguna vez : La vida da muchas vueltas. Y como ahora digo yo: y tendremos que estar bien preparados, para lograr escuchar a través de tanto ruido.

Guardada en un armario de mi habitación tengo una caja de zapatos medio rota que me da miedo mirar


A tí, que hoy es un gran día para sonreír.


RO.

martes, 15 de marzo de 2011

La vacuna...


Mientras una bicicleta pasaba gobernada por una melena recogida por dos bolis bic, un guerrero manchado de barro y lágrimas cedía, se rendía y se perdía. No le hizo falta firmar ninguna nota de despedida, tampoco jugó a contar cubatas vacíos ni a decorar humo respirado por amistad, elegancia y sonrisas.

Simplemente vació todos sus escondites de recuerdos, hizo esa llamada y desapareció del mundo. Cien noches sin batallas, sin escudo; como una operación a vida o muerte, como la lenta canción que siempre le acompañaba en sus largas caminatas y caídas. Que más daba la forma; vacuna, bisturí o infusiones bajo la luz de la luna. De todas maneras, cien noches después, nuestro guerrero al despertar ya no recordaría nada; ni canciones ni rencores...

Y un tiempo después...

Me desperté amarillo, o verde, o de un color nuevo; creo que eso es lo de menos. Al fin y al cabo había logrado despertarme después de una de las mejores noches de mi vida. Y excepto el color y dolores extraños estaba entero, contento e hipnotizado por abrazos, guiños y promesas.

Recuerdo que había nombres falsos, un vip robado con elegancia y... cosas que un caballero, no, mejor dicho; cosas que un mago no puede revelar.
Era domingo y no comía en casa; así que con mi chandal de los domingos, una camiseta verde y mis gafas resacosas (gran modelo de gafas) me marché a disfrutar del sol, la buena compañía y sobre todo a una especie de investigación al puro estilo C.S.I para rellenar lagunas de veladas anteriores.

Todo empezó como tiene que comenzar; metiéndonos todos con alguien por culpa de otro alguien. Pidiendo cañas bien frías para revitalizar el cuerpo y brindando por las amistades eternas y la ironía de la vida; siendo puta, mentirosa, engreída o a veces maravillosa.

De todos los bocadillos que pedimos el mío siempre es el peor; seguro que todos piensan lo mismo, seguro que todos vamos a alardear de lo bueno que está aunque no lo creamos. A continuación, guerra sin espada por decidir si cuenta o café; hoy ha ganado el café, aunque en parte la batalla ya estaba decidida desde anoche, quizá por culpa de los enemigos de la cafeína.

Y entonces ocurre, se detiene el tiempo y todos miran a una bicicleta gobernada por una melena recogida por dos bolis bic. La gobernadora pasa por nuestro lado y creo recordar que suenan violines, pianos de marfil y trompetas de oro.
Todos me miran y yo sonrío; estoy encantado con la visión que acabo de tener. Continúan mirándome y una mosca que revolotea a mi alrededor me avisa de que algo extraño está pasando.
  • ¿Qué pasa? -digo-
  • ¿Estás bien? -pregunta uno-
  • ¿A qué te refieres? -respondo-
  • ¿ Te sientes diferente? -comenta un segundo- ¿Qué te ha parecido la chica de la bicicleta?
  • Bueno, era guapa, realmente guapa, ¿la conocéis?
  • Vaya, - dice un último- si, la conocemos, bueno, la conocíamos.
  • Por lo visto la vacuna ha funcionado -oigo que cuchichean los dos primeros-
  • ¿Qué vacuna?
Y los cafés en la mesa hacen que olvidemos el tema. Los violines se marchan. La gobernadora nunca sabremos si miró atrás, si escuchó música, canciones, latidos acelerados u olas romper.

Pasados cien minutos el cielo comenzará a nublarse y a gritar. Y un árbol que se moría crecerá; demostrando al cielo que todo es posible, aunque nadie apueste por ello y a veces las hachas dominen el mundo.

RODRIGO.

martes, 8 de marzo de 2011

Lucy...


Al principio Lucy funcionaba al revés porque funcionar al revés en realidad es la manera correcta de funcionar, pero muy pocos los saben, muy pocos consideran que Lucy sea un ejemplo a seguir.

Después...

Lucy malvivía en bares sin aire acondicionado y fumaba un cigarrillo sin boquilla tras otro en esquinas poco iluminadas. En su mesa siempre se veía un cenicero lleno de colillas, un libro sin nombre mojado por sus lágrimas y un café frío como sus latidos. En su brazo izquierdo, a la altura del hombro, se podía cotemplar un tatuaje con forma de delfín encerrado en una piscina, como si Lucy hace demasiado tiempo hubiera sido libre y algún ser sin escrúpulos la hubiera mandado encerrar para divertir a otros.

Los ojos de Lucy estaban tapados por unas gafas ray-ban antiguas. Su pelo estaba suelto y le llegaba casi hasta la cintura; dibujando olas y recuerdos de varios tonos y colores. Sus uñas estaban pintadas de rojo, cuidadas, precisas y elegantes. Y a veces por la comisura de su boca se veía una lágrima color rimel caer y jugar a chocar contra el suelo; adivinando tristemente que su alma sonaba como un sonajero roto.

Lucy no llevaba sombrero y no necesitaba ayuda para andar. Tenía una voz dulce como la miel, y eso que solo se la oía al pedir un café o al reclamar con un susurro que se quitara alguna canción que la hacía recordar demasiado.
Me aprendí sus horarios, sus idas y venidas, la pausa de sus cigarros y su marca, sus canciones prohibidas, el reflejo de sus ray-ban y las curvas de su vestido.
Jamás me aprendí a Lucy, si es que se llamaba así. La gente contaba historias sobre ella; y todas ellas recordaban la decadencia de una gran dama, una dama que seguramente hubiera brillado y demolido aceras en otra época y lugar.

Una tarde cualquiera tocaba Quique González en un garito perdido de mi ciudad (que es la ciudad del viento) y acudí con mis compañeros de conciertos que por privacidad prefiero no nombrar. Nos sentamos con nuestras respectivas cervezas y al girarme por inercia hacía la esquina mas oscura de aquel garito mis ojos se encontraron con otros que no dudé en reconocer. Era ella sin sus ray-ban y no estaba sola: Estaba con un muchacho que rondaría mi edad y ella sonreía mientras le agarraba la mano y jugaba a tocar sus pies bajo la mesa.
Al volver a mirar unos segundos después para asegurarme de todo aquello, la estampa cambió: Ya no se veía aquella situación tan bonita. En su lugar solo estaban Lucy, sus gafas, su libro, su café y su cigarrillo.

Al comenzar el concierto Lucy se levantó dejando un charco de lágrimas a su paso, dejando una moneda oxidada, y dejando un fragmento de sueño roto. Sonaba una guitarra, sonaba una voz desgarrada, sonaba de haberlo sabido.

Lucy aún no sabía ser fuerte.

RODRIGO.

Para todas las Lucys, que siempre aprenderán a ser fuertes.