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LOS COMENTARIOS ANIMAN A LA SEÑORITA ESCRITURA








domingo, 13 de julio de 2014

Versos y abrazos


Siempre he creído que uno no puede saber el verdadero valor de la felicidad si no ha experimentado la tristeza. Todo ese rollo de los contrarios, ya sabéis, para valorar lo que ganas antes lo tienes que haber perdido, para levantarse fuerte hay que caerse, para querer de verdad tienes que saber el significado del rechazo, y para amar con toda el alma te tienen que haber roto primero el corazón.

Supongo que por eso somos increíbles. Y supongo que si tuviéramos la opción de no sentir nada para evitarnos sufrir, la opción de no querer del todo por miedo a que nuestro corazón explote, o de solamente tener rollos de una noche para tener tantas caras en la mente que mezclar y así no sentir nostalgia por ninguna, casi todos diríamos que no. O eso quiero creer, yo al menos diría que no, y eso que, como la mayoría de los habitantes de la tierra, en alguna ocasión he deseado con todas mis fuerzas apagar mi corazón y no sentir nada. Pero luego aparecen esos pequeños milagros que lo cambian todo.

Los pequeños milagros hacen de la vida algo asombroso. El primer café, la primera discusión y la primera reconciliación, el primer baile en medio de la calle sin venir a cuento, las aventuras, las caricias, las miradas que te ponen nervioso, los besos así porque sí, y compartir cosas que con nadie más compartirías, cosas malas y buenas, errores y aciertos, y ganas de aprender de otra persona que está dedicando su tiempo a estar contigo para conocerte de arriba abajo, desde el corazón hasta los huesos.
Porque al final el tiempo que regalas nunca lo podrás recuperar, y elegir a quién y cómo dedicarlo puede marcar la diferencia. Y si a veces hay que hacer malabarismos pues se hacen. Hay que elegir bien a los amigos y aprender de ellos, sinceramente, todo el mundo tiene mucho que enseñarnos, y si no escuchamos no aprendemos, y si no aprendemos no avanzamos, y para quedarse quieto en la casilla de salida mejor ni juegues. Porque el juego de la vida es caprichoso y escudarse en los prejuicios y el orgullo no sirve de nada. Si la gente no hubiera compartido ideas y sueños aun iríamos en taparrabos y viviríamos en cuevas. Todo ha avanzado; ciencia, religión, sociedad, y al final resulta que las diferencias unidas atraviesan corazas y crean caminos.

Las despedidas llegan, sé que es inevitable. He comprendido que por mucho que yo quiera que las cosas sucedan de una manera no tienen por qué pasar así. Y las cosas duelen, y las dudas matan, pero si todo tuviera un orden lógico la vida sería gris y asquerosa. Hay que intentar ser bueno y llenarse los bolsillos de paciencia cada mañana. Sí, lo sé, hacer las cosas bien no siempre tiene recompensa, a veces la vida no es justa, y a veces las cosas parecen tan incomprensibles que dan ganas de mandar a todos a la mierda. Pero la bondad está en peligro de extinción y hay que luchar por preservarla. Yo quiero que le gente que me rodea sea buena conmigo, sería absurdo no intentar serlo yo. Y la bondad conlleva muchas cosas. Hay que practicar mucho, llorar mucho, y superar todas las montañas con forma de adversidad que la gente se empeña en poner en tu camino.

Por eso pido perdón si alguna vez te hice daño, a veces creo montañas de adversidad yo solo. Resulta que tengo la manía de hacer muchas cosas mal, aunque sé que también hago algunas bien, soy humano y consciente de ello, y gracias a Dios no soy perfecto ni lo pretendo. No odiemos a nadie, gasta mucha energía y a la larga transforma el carácter, para mal, por supuesto. Creo que aprender a ponerse en la piel de los demás es algo importante, imprescindible e innegociable. La gente no se despierta por la mañana y piensa mil maneras distintas de joderte la vida, no deja de hacer cosas contigo por fastidiarte, ni el motor de sus vidas es putearte. Algún cabrón habrá por ahí, pero eso es cuestión de estadística, yo hablo de la norma general. 

Hay que tener paciencia y respirar las veces que haga falta antes que volverse loco y lanzar insultos y reproches como balas. No hay nada más frustrante que hacer daño a alguien que quieres sin pretenderlo, y a veces nos olvidamos de esas cosas, nos creemos con derecho a saber lo que es bueno y malo, y juzgamos como si fuéramos dueños de los sentimientos humanos. Resulta que perdonar no está de moda y cuando logramos hacerlo ponemos demasiadas condiciones, y como alguien me dijo alguna vez y nunca olvidaré, perdonar significa querer, y errores cometemos todos, y muchos.

Los años pasan y las circunstancias de la vida separan a mucha gente de nuestro camino. Por favor, no añadamos más circunstancias. A la gente a la que quieres hay que cuidarla y no valen las excusas, hay esfuerzos que valen la pena, y al final las palabras hay que usarlas para decir cosas bonitas y animar en los momentos difíciles. Seamos agradecidos, porque nadie tiene porque hacer nada por nosotros, aunque sea con una chorrada que parezca insignificante, hemos de pensar que lo hacen por nosotros, no por el tío de la esquina ni por la vecina del cuarto, y eso no tiene precio.


Hagamos sonreír a la gente que nos rodea aunque estemos llorando por dentro, las sonrisas mueven montañas y el rencor no sirve de nada. No hablo de no ser realista, al revés, no hay nada más realista que apostar a lo grande por la gente a la que quieres. No dejemos que nuestro entorno nos condicione, sí que nos enseñe y oriente, pero que no nos dirija la conciencia ni nos silencie el corazón. Resulta que a veces solo nosotros mismos sabemos lo que necesitamos para ser felices, y ni mil opiniones contrarias van a ser más válidas. Ya está bien de vivir atados a tantos detalles, y aunque el mundo gire demasiado deprisa, tomémonos unos minutos y reflexionemos. Que se jodan los adioses y que vivan los hasta luego, porque despedirse solo debería servir si existe un camino de regreso. 

RODRIGO.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Cansado

Estoy cansado de pensarte, quererte, necesitarte y luchar contra mi corazón y mi alma. Estoy cansado de planear estrategias para olvidarte y al final terminar derrotado, con tu mirada clavada en la mía y mis silencios jugando al despiste.
Estoy cansado de soñarte, de mirarte y desearte. De rozarte, componer poemas y escribirte cartas absurdas. De conducir borracho por nuestras calles, de tropezarme y tratar de estar siempre cerca para evitar que te caigas.
Estoy cansado de salvarte de cien maneras distintas en mi mente y de esperar fumando aros de humo grises en los lugares donde quizá, si te diera por escapar, pasarías a buscarme. Estoy cansado de anhelarte, de inventarte y de ingeniar millones de formas ñoñas de enamorarte.
Estoy cansado de vivir entre tinieblas, a través de risas y llantos, con ese vaivén que mata y pocas veces fortalece. Estoy cansado de trazar mapas por si un día te da por encontrarme, de esbozar bailes en fiestas que no existen, y de proyectar una película tras otra sobre nuestra vida, nuestros besos, y nuestras discusiones.
Estoy cansado de no saber arrinconarte, de no aprender a borrarte, y de escuchar tu risa sacudiendo mis cimientos y pulmones. La verdad es que estoy cansado de tus vestidos y mis reproches, mis lamentos, mis ausencias, y mi estúpida costumbre de torcer la boca y hacer muecas extrañas.
Pero entonces apareces y no me canso de tenerte en frente, de rondarte, disimularte e invitarte a cualquier rincón del mundo. Con tus manos, tu mirada, tus maneras, tus enfados, tus aplausos, tus gestos, tus enigmas, tus respiraciones aceleradas y tus agobios. No me canso de revisar tu vida, mi vida, mis fuerzas y tus problemas. De ofrecerte mis pobres soluciones y prometerte, aunque a veces no te lo diga, que antes de dejarte sufrir abriría mi corazón hacia el cielo aunque solo llovieran balas.

Rodrigo.

martes, 15 de abril de 2014

Todo regreso es inevitable

Todo regreso es inevitable. El viaje de Jude había sido difícil, durante el trayecto había sobrevivido de milagro a varias a tormentas y la soledad y la monotonía de los días iguales le habían congelado un poco el corazón. Se podía decir que Jude había sufrido durante el viaje. A cada milla que avanzaba, la sensación de estar alejándose de todo lo que conocía y quería se hacía más fuerte. 

También conoció a muchas personas que tumbaron a base de palabras coherentes una parte importante de sus convicciones. En el barco había músicos que se comunicaban con las almas a través de notas, había obreros, médicos, bailarinas, cantantes, abogados, supervivientes, gente que escapaba y gente que regresaba. Y cada uno era de una forma; por mucho que Jude viera las cosas de una manera, siempre descubría a su alrededor puntos de vista distintos. El barco de Jude era un pequeño universo al que él se aferraba antes de desembarcar en un lugar nuevo y desconocido. Jude aún no lo sabía, pero aquel viaje se iba a quedar tatuado para siempre en un lugar privilegiado de su corazón.

Al final el día señalado llegó. El barco atracó en el puerto y Jude se derrumbó. Le asaltaban las dudas, ni entendía porque estaba triste ni entendía porque el alma le había pedido a gritos ese viaje. Llegó a suponer que hacer cosas que escapaban a la razón al fin y al cabo era una estupidez y que coger la mano a lo conocido, a lo fácil y a lo cómodo era definitivamente lo correcto. Aunque en el fondo algo le decía que no tenía porque ser así, y Jude no estaba dispuesto a rendirse, aún no.

Poco a poco empezó a llenar su espíritu de alegría. Había días malos, por supuesto, y también días peores. Pero de vez en cuando lograba avanzar a carcajadas, y esos días días poco a poco iban aumentando. Y entonces Jude se dio cuenta de que ese viaje había sido una transformación y que por primera vez en su vida estaba dispuesto a conseguir todo aquello para lo que había viajado, para lo que había sufrido, para lo que había nacido. Jude estaba más fuerte que nunca. Y ya lo tenía muy claro, tanto que lo gritaba cuando nadie le escuchaba… Jude se había caído muchas veces y por una vez se había levantado con la mirada orgullosa, desafiante, poderosa. Estaba cansado de callar.

Mientras tanto, Sue tomaba el sol y miraba con inquietud hacia el mar. Se miraba las uñas pintadas y se preguntaba todo aquello que normalmente intentaba silenciar. Prendía un cigarrillo, aspiraba con fuerza y lanzaba el humo con fuerza contra el cielo azul, su color azul.

Rodrigo