Ahora estamos en dos blogs...




LOS COMENTARIOS ANIMAN A LA SEÑORITA ESCRITURA








miércoles, 13 de junio de 2012

La chica de los dos puntos suspensivos..


La chica de los dos puntos suspensivos se detuvo en seco y recordó el diálogo de una película.
  • ¿Te gusta esa chica? -preguntaba un hombre-
  • ¿Gustarme? -respondía su hijo- gustar me gustan las pringles, esa chica es increíble, es mi alma gemela.
Era un día hermoso. Allá donde la chica de los dos puntos suspensivos mirara, el sol se escondía tímido y cada vez que ella pestañeaba se ponía más rojo. Corría brisa de levante y se oían gritos de polis y cacos desde su balcón azul. Era día de playa, de andar e incluso correr, de cantar a todo trapo (yo también creo que canto bien cuando tengo los auriculares puestos). Frente al espejo y observando sus bostezos, la chica de los dos puntos supensivos se decoró el pelo con ganchos e inventos y diciendo adiós a voces se marchó de casa.

La calle se movía como si la chica de los dos puntos suspensivos estuviera inmersa en una canción, como en un videoclip. El gasolinero a la percusión, la pareja que paseaba un perro a la guitarra y  tarareando algunos coros. Los semáforos como bailarines, dignos de los backstreet boys (en fin...) sin saber si quedarse siempre en rojo o pasar aunque fuera un ratito a verde. Y ella cantante, artista, compositora y princesa. De su voz brotaba lentamente la letra esculpida de una canción.
  • Tres de cuatro barcos naufragaron en la forma de tus modos..
Hoy en línea recta no se llega al mar. Mejor atajos y bares misteriosos donde en un futuro se pueda descansar y disfrutar; cerveza, o guitarras rasgadas con voz, o buena compañía y hablar, y charlar, y mirar a los ojos (de una manera muy muy quieta) y fumar.
Coger muy fuerte de la mano y romper barreras imposibles. Ella andaba y sospechaba que si intentaba chocar la mano con alguien ese alguien no lo captaría. En su bolso una toalla y una chaqueta gris robada sin fuerza ni intimidación.

Al final playa y amiga con cámara en mano. La chica de los dos puntos suspensivos desafió una vez más a esa gran ciencia llamada "no soy nada fotogénica" y se dejó llevar, cuidar y tejer a base de palabras sinceras. Adiós reloj y la distancia entre la carretera y la arena aumentando a pasos agigantados. Los coches desapareciendo y las olas bailando. Ella se puso de pie y con todas sus fuerzas miró con los ojos bien abiertos hacia el cielo, extendió los brazos, y mientras recordaba el final de una película que una vez disfrutó gritó una frase a todo pulmón.
  •  Me encantó bailar contigo..



RODRIGO

miércoles, 30 de mayo de 2012

Historias, bicicletas y miradas


Cuando Mario volvía hacia casa las aceras reflejaban farolas y los pensamientos volaban, iban, volvían, y se asustaban unos a otros. Y entonces Mario no entendía las cosas, ni a las personas. Ni si quiera entendía las palabras, ni los gestos, ni encontraba nada hermoso en todo lo que antes le recordaba una oportunidad o un brillo. Y entonces Mario se sentía solo; y la soledad le cogía de la mano y le susurraba que quizá esta vez iba a tardar algo más en volverse a marchar.

Entonces una chica con una bicicleta esquivó a dos transeúntes. Un hombre sacaba ropa peligrosamente de un camión con la misión de surtir a una tienda de (quizá con ropa de verano) y ocurría lo inevitable; tortazo de la chica en bicicleta, hombre que se marcha con prisa y un muchacho llamado Mario ayudando a la chica a levantarse del suelo.
  • Gracias -dijo la muchacha- que torpe soy, madre mía.
  • No ha sido culpa tuya, tranquila -dijo Mario-.
  • Te sientes solo ¿verdad?
Y entonces Mario se asustó un poco. Pero ¿qué cojones? ahí estaba el problema: en las conductas, en la puta normalidad y en la falta de observación (que poca gente sabe mirar...). Esta vez, por una vez, le pareció natural, y después de comprobar que la chica estaba bien y no tenía ninguna herida respondió.
  • Si, no sé. Solo, desilusionado, llámalo como quieras, ¿Cómo lo has sabido?
  • Bueno, digamos que estás delante de una sabia, pero no lo digas por ahí.
  • No tienes pinta de sabia -dijo Mario-
  • ¿Qué pinta debería tener? - respondió sorprendida la chica.
  • No sé... más vieja, entrañable, quizá ofreciéndome un té...
Ella naturalmente se rió y mirando a Mario le ofreció algo mucho mejor que un té o una mirada entrañable. Le ofreció una historia...

Un hombre decidió viajar para encontrarse a sí mismo. Siempre había tenido un gran problema; se sentía solo e incomprendido. No era feliz en su trabajo, con sus amigos, con sus vecinos ni con su familia. No era feliz porque se sentía fuera de lugar y eso a veces mata ¿no creéis?

En sus viajes conoció a muchas personas y muchos lugares maravillosos. Aún así seguía sintiéndose diferente y extrañamente solo. Seguía intentando seguir las conductas habituales para hacer lo normal y que no le dijeran nada, y eso le mataba y le borraba a golpes sordos la sonrisa.
Por mucho que caminó no encontró solución ni en los desiertos, ni en las praderas, ni en Kénia, ni perdido por miles de pueblos, ni en el fin del mundo.

A veces cuando le costaba respirar le ayudaba rezar y meditar. Pero al final, lo que necesitaba a gritos, era esa mirada que le dijera que todo estaba bien porque él estaba bien, y el mundo con él también lo estaba, aunque girara sin tenerle muy en cuenta.

Unos años después regresó a su casa y se quedó encerrado en el ascensor con una vecina que se había instalado en el piso de al lado. Después del desconcierto empezaron las preguntas, las respuestas, las risas nerviosas y las miradas. Y por primera vez se sintió visto y comprendido. Había respondido sin más y ella le había mirado sin extrañeza ni miedo, le había visto entero, sin prejuicios, sin interferencias...
  • ¿Has entendido? - preguntó la sabia-
  • Creo que sí... -respondió Mario-
  • Mario -dijo ella- Tú eres tú y como tú solo estás tú. Puede que muchos no te entiendan o que no te vean, menos mal que en el mundo no somos todos iguales. Lo importante es encontrar a esas pocas personas que sepan verte y que quieran mirarte, entonces sobrarán las palabras y tu soledad se pegará una torta como la mía hoy en la bicicleta.
Cada uno siguió su camino y Mario se puso música en los oídos. Sonaba lucha de gigantes y Mario se había propuesto muchas cosas nuevas. Entre ellas mirar y seguir mirando, aprender, caer y levantarse. Y alguien le miraría y él recibiría esa mirada. Entonces sobrarían las palabras, y los malos gestos, y todos los lamentos, y las lágrimas negras. Una mirada; a veces solo una mirada.

RODRIGO.

versos y abrazos


Cuando el sueño supera la razón...

lunes, 30 de abril de 2012

Cristi


Cristi se miró las manos y después su reflejo en el espejo. Estaba preparada, se iba a pirineos a subir el posets. 3,375 metros. Así porque sí. Una búsqueda de paz y desaparecer un poco del mundo.

Una semana antes, y mientras fumaba una pitillo en un bar mal iluminado y decorado por un guitarrista borracho y elegante, se puso a pensar de nuevo. Le pasaba de vez en cuando como a Holly (Protagonista de Desayuno con diamantes). Y no entendía demasiado sobre nada de nada. ¿Y con quién hablar? Con nadie. Todos iguales, desde siempre. Expertos en cubatas y fotos sonrientes mentirosas. Cristi odiaba la falsedad y los domingos lluviosos. En realidad cualquier día salpicado con lluvia le hundía un pelín la moral.

Dejando a todos sus acompañantes mecidos por esa guitarra borracha, Cristi salió a la calle a deambular. Se miró el vestido azul y  al descubrir un par de chinas no pudo evitar reírse de su torpeza. Adoraba fumar y no le hacía demasiada gracia ni su precio (del tabaco) ni todas sus críticas tiradas por tirar. Qué falta de compasión tenía la sociedad; escudarse en impuestos a los fumadores y olvidarse de los corruptos y ladrones.

Ella no se conocía. A veces creía que sí. Al menos tenía un libro favorito; canción de navidad. Un color favorito: azul. Un escondite favorito: el tubo de un parque y muchas preguntas que hacer. Nunca demasiadas, por supuesto. Todo esto era mucho más conocimiento que el de la mayoría del resto del mundo sobre sí mismos (da que pensar ¿verdad?).
Muchos estaban, luego estaban, lloraban un poquito y seguían estando. Viajaban, bebían, cantaban, insultaban, se descojonaban y estaban. Algunos se casaban, se separaban, se resignaban o se sentaban, aunque siempre estaban. Estaban por estar, porque al despertarse estaban, y al acostarse y al cumplir años seguían estando. ¿Para qué preguntar cosas?

Cristi sabía que tenía algo que hacer en el futuro. Creía en el amor (que ya es una gran creencia), y eso era un gran principio. Y también en la montaña. Mirar a la nieve sentada mientras un cigarro se consumía o dislumbrar un animal a lo lejos y algunas pisadas. Adoraba la calma pero también sabía soportar las prisas.
Cristi se perdía, como todos, pero con elegancia. Ella era elegante sin quererlo. Como una dama de otro tiempo. Mirada alta y pisadas fuertes. Y muchas sonrisas, siempre, a todo pulmón. Si la miraban, pues eso que se llevaban. Seguro que algo aprendían. En eso consiste observar (en aprender).

Mientras deambulaba y encendía otro cigarro Cristi vio un cartel en una parada de autobús. Salía una montaña nevada y un chico con botas. " Hugo encontró la paz en pirineos" ¿Quién era Hugo? Ni idea ni interés por saberlo -pensó Cristi-. Aún así ella siempre había querido creer en el destino y en sus guiños. Desde niña. Hoy era un buen momento para comenzar, un momento estupendo, claro que sí. 

Cristi se miró las manos y después su reflejo en el espejo. Estaba preparada, se iba a pirineos a subir el posets. 3,375 metros. Así porque sí. Una búsqueda de paz y desaparecer un poco del mundo.

RODRIGO.

versos y abrazos


martes, 24 de abril de 2012

Borrachines, sobrios y aventuras


-  Las derrotas nos hacen fuertes.
- Y nos matan.
- Bueno… Pues las muertes nos hacen fuertes.

Era un bar. Una terraza y una mesa de madera repleta de cervezas vacías. Humo, calor, menorquinas estrenadas y dos borrachines con alegría y sin reloj.
El ambiente decorado por cientos de voces y risas, muchas risas, nunca demasiadas, por supuesto.

Entonces los años no pasaban. Siempre he creído que estar en un sitio donde has pasado muchos buenos ratos, en distintas épocas de tu vida, tiene reglas distintas. Digo, todo se junta, pero solo lo bueno. Lo malo se va a freír espárragos (siempre he querido escribir lo de a freír espárragos).

- ¿Qué lees últimamente? –pregunta uno-
- Sabes que yo no leo –responde el otro-
- Yo me estoy leyendo la hoguera de las vanidades. Ve a por más birra anda.
- Me parece muy bien, lo del libro y esa hoguera. Lo de la birra me pilla lejos.

Al final, y venciendo a la villana pereza (siempre he querido escribir también sobre una villana), uno de los dos se levantó y fue a la barra. El sol no se escondía pero había tregua por parte del viento. Es una delicia cuando sol y viento crean esa brisa que te hace decir (esto es vida).
El camarero vaciaba la mesa y los borrachines callados pensaban que la mesa molaba más llena de botellas. Es un molar absurdo pero es un molar real. Todas las competiciones en esta vida le dan emoción a los asuntos. Y hablar y beber mientras hay brisa es uno de los asuntos más serios que existen. También es un molar muy real.

- ¿Y lo demás? – pregunta un borrachín-
- Sobreviviendo que ya es – contesta el otro-
- Vaya si lo es.

Varios brindis y aparece un sobrio andando con elegancia a través del paso de cebra recién pintado.

- ¡Cuánto tiempo! –dice el sobrio aparecido y futuro borrachín-
- Tú que te escondes… -responden los dos borrachines-
- Las cervezas os hacen fuertes eee –dice el sobrio-
- Y las muertes, y las muertes.

Risas…. Y que corra más tinta y birra, ambas por igual. Todo suma, por supuesto. Para restar ya están los pesimistas, y los tontos, y los rencores y…. mejor que siga corriendo birra.

RODRIGO.

viernes, 16 de marzo de 2012

La calle de las sombras, miedos y poetas


Y ahora, ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos. Porque ayer no lo hicimos, porque mañana es tarde. Ahora.

Cuando Jude era pequeño pasaba horas mirando por el balcón. Daban igual las estaciones y el viento, y el frío y el invierno. Así se hacía fuerte y distinto. Mientras otros imaginaban porterías de fútbol en los portales, él imaginaba miradas y situaciones.

Su calle era larga y estrecha. Si miraba desde su balcón, Jude era capaz de ver el mar, aunque solo los días claros. Por las noches la calle dibujaba sombras y miedos, era un lugar de encuentros y abrazos. La esquina de la calle de Jude creaba vida y postale; dos cafés con terraza regalaban tardes de poesía. Jude lo sabía, e intentaba copiar las frases de los poetas que apostaban a apurar pintas, cigarros y suspiros.

Desde el balcón de Jude el mundo era enorme. Y aunque en el colegio le enseñaran lecciones de geografía e historia, él siempre se quedaba con las miradas, las sombras, los miedo y los poetas. Y los años pasaban. A veces personajes curiosos le saludaban con un toque de sombrero desde uno de esos cafés. Jude respondía inclinando la cabeza, sonreía, y seguía contando miradas mientras soñaba y sentía.

Una tarde de abril Jude se encontraba como de costumbre en el balcón, se miraba las manos y se preparaba para escribir. Le habían regalado una libreta por su noveno cumpleaños. La abrió con calma y después de varios minutos se dio cuenta de que no tenía nada que escribir. Jude miraba el mundo pero no lo aprendía; no lloraba ni reía, simplemente estaba.
Entonces se hizo una promesa, mojó su pluma y la escribió.

A miles de kilómetros Lucy estrenaba un vestido de flores. Estrenaba casa y también estrenaba sentimientos. Ella siempre se había considerado un bicho raro; prefería subir a los árboles, llevar el pelo muy corto y machacar balones en los patios de las escuelas.

Acababa de cumplir ocho años y su madre le había regalado ese vestido y una libreta verde.
Ella no tenía una calle que mirar, su balcón daba a un patio lleno de luces y conductos de aire acondicionado. Por eso Lucy no supo que escribir. Pensó seriamente en cosas y gentes. Y entonces se dio cuenta de que aún tenía demasiado que aprender, se dio cuenta de que algún día iba a encontrar algo que aún no estaba buscando, algo que llenaría su mundo, y haría colorear el gris de las aceras y los portales. Abrió su libreta y se hizo una promesa.

Hoy, quince años después, Jude viaja en un barco a la deriva. En su barco ha conocido a una muchacha que recita canciones y hace temblar las maneras de los oceanos. Lucy, mientras espera y define todas sus maneras, pinta cosas sobre un balcón y un chico fumando mirando con nostalgia al mar. Ambos conservan sus libretas y a veces recuerdan sus promesas.

El mundo se cae a pedazos, cada día se rompe un poco más. Las cosas no avanzan, y las lágrimas (sean negras, verdes o azules), vencen todas y cada una de sus peleas callejeras contra las sonrisas. Los abrazos se pierden y las ventanas se empañan. Quizá todo dependa de la esperanza, de las miradas. Quizá solo nos queden las libretas antiguas y los poemas. Quizá, y repito, solamente quizá, todo lo que queda dependa de las promesas.

Y ahora, ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos. Porque ayer no lo hicimos, porque mañana es tarde. Ahora.


RODRIGO.