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viernes, 16 de marzo de 2012

La calle de las sombras, miedos y poetas


Y ahora, ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos. Porque ayer no lo hicimos, porque mañana es tarde. Ahora.

Cuando Jude era pequeño pasaba horas mirando por el balcón. Daban igual las estaciones y el viento, y el frío y el invierno. Así se hacía fuerte y distinto. Mientras otros imaginaban porterías de fútbol en los portales, él imaginaba miradas y situaciones.

Su calle era larga y estrecha. Si miraba desde su balcón, Jude era capaz de ver el mar, aunque solo los días claros. Por las noches la calle dibujaba sombras y miedos, era un lugar de encuentros y abrazos. La esquina de la calle de Jude creaba vida y postale; dos cafés con terraza regalaban tardes de poesía. Jude lo sabía, e intentaba copiar las frases de los poetas que apostaban a apurar pintas, cigarros y suspiros.

Desde el balcón de Jude el mundo era enorme. Y aunque en el colegio le enseñaran lecciones de geografía e historia, él siempre se quedaba con las miradas, las sombras, los miedo y los poetas. Y los años pasaban. A veces personajes curiosos le saludaban con un toque de sombrero desde uno de esos cafés. Jude respondía inclinando la cabeza, sonreía, y seguía contando miradas mientras soñaba y sentía.

Una tarde de abril Jude se encontraba como de costumbre en el balcón, se miraba las manos y se preparaba para escribir. Le habían regalado una libreta por su noveno cumpleaños. La abrió con calma y después de varios minutos se dio cuenta de que no tenía nada que escribir. Jude miraba el mundo pero no lo aprendía; no lloraba ni reía, simplemente estaba.
Entonces se hizo una promesa, mojó su pluma y la escribió.

A miles de kilómetros Lucy estrenaba un vestido de flores. Estrenaba casa y también estrenaba sentimientos. Ella siempre se había considerado un bicho raro; prefería subir a los árboles, llevar el pelo muy corto y machacar balones en los patios de las escuelas.

Acababa de cumplir ocho años y su madre le había regalado ese vestido y una libreta verde.
Ella no tenía una calle que mirar, su balcón daba a un patio lleno de luces y conductos de aire acondicionado. Por eso Lucy no supo que escribir. Pensó seriamente en cosas y gentes. Y entonces se dio cuenta de que aún tenía demasiado que aprender, se dio cuenta de que algún día iba a encontrar algo que aún no estaba buscando, algo que llenaría su mundo, y haría colorear el gris de las aceras y los portales. Abrió su libreta y se hizo una promesa.

Hoy, quince años después, Jude viaja en un barco a la deriva. En su barco ha conocido a una muchacha que recita canciones y hace temblar las maneras de los oceanos. Lucy, mientras espera y define todas sus maneras, pinta cosas sobre un balcón y un chico fumando mirando con nostalgia al mar. Ambos conservan sus libretas y a veces recuerdan sus promesas.

El mundo se cae a pedazos, cada día se rompe un poco más. Las cosas no avanzan, y las lágrimas (sean negras, verdes o azules), vencen todas y cada una de sus peleas callejeras contra las sonrisas. Los abrazos se pierden y las ventanas se empañan. Quizá todo dependa de la esperanza, de las miradas. Quizá solo nos queden las libretas antiguas y los poemas. Quizá, y repito, solamente quizá, todo lo que queda dependa de las promesas.

Y ahora, ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos. Porque ayer no lo hicimos, porque mañana es tarde. Ahora.


RODRIGO.