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LOS COMENTARIOS ANIMAN A LA SEÑORITA ESCRITURA








lunes, 28 de febrero de 2011

los vagabundos, borrachines y soñadores


  • No sabría explicarlo – comenta Luis – pero joder, esto es muy familiar, ¿no te parece?
  • A mi me recuerda a los partidos del cole donde jugábamos cuatro o cinco clases juntas en el mismo campo -replica Marcos- ¿te acuerdas? aunque hubiera mucho ruido al final te enterabas de todo, mas o menos. Me asombra que pudiéramos ver entre tantas piernas y tantos balones. Hubiéramos sidos unos jedis de puta madre.
  • Rumanía al final no va al mundial – dice María desde la barra- los jugadores son mayores y uno está sancionado por meterse coca. Además; ¿el entrenador del Valencia se va al Barcelona no?. Yo ahora si soy del Valencia, pero antes no.
María da una vuelta de ciento ochenta grados y se va a atender a otros clientes.
  • ¿De que cojones habla esta mujer? -pregunta Marcos-
  • Pues de fútbol, de que va a hablar -responde Luis-  a veces tienes unas cosas, y haces cada pregunta, que en fin; si Becquer levantara la cabeza.
Mientras Luis itenta deprimir al bar entero comenzando a recitar aquello de " Dices que tienes corazón y sólo lo dices porque sientes sus latidos..." Marcos saca el móvil del bolsillo y después de no comprender porque no le llegan más mensajes se levanta, va al baño y a la vuelta se acerca a la barra.
  • María preciosa, dame tres quintos anda, pero que sean mahou.
  • Tienes una sonrisa muy bonita -responde María- pero solo queda cruzcampo.
  • Gracias... -contesta sorprendido Marcos- uso colgate. Tu tienes un pelo muy rubio. Te queda de lujo; es muy parecido a los pelos que pintaba Van gogh en sus cuadros.
Marcos regresa a su mesa junto a Luis con las cervezas en la mano. Se abre la puerta del bar y entra Mario con una gorro de paja rosa, oliendo a alcohol y rodeado de humo. Mete la mano en el bolsillo y saca varias monedas de un euro.
  • Hoy invito yo -dice Mario-
  • Vaya, que bien. Aunque solo hay cruzcampo -aclara Marcos- y ya sabes que sabe a fuego.
  • No me jodas -comenta Luis- ¿de verdad no hay mahou? ¿hemos de beber fuego?
  • ¡Pues que sea fuego! -grita Mario-
  • ¡Que sea fuego!-gritan también Luis y Marcos-
  • ¿Donde hay fuego? -pregunta asustada María desde la barra-


Rodrigo.

jueves, 24 de febrero de 2011

El grito

Cuando sonó aquel grito Irene estaba mirando la lavadora. Marcos, ensayaba frente al espejo su declaración semanal de cobardía, su cuarto comienzo en trece minutos.

El reloj de la pared de Noelia, se quedaba sin pilas una vez más; gastaba más que un Rodrigo borracho en Casiano. Aún así, había decidido que lo iba a cambiar por un cuadro que acababa de pintar. Desde que había conocido a Matías, se había aficionado a la pintura, no se le daba tan mal como pensaba.

En el piso de abajo, Lucas componía una canción para Carmela. Pero siempre sonaba demasiado cursi, le tendría que pedir consejo a Quique; un mago de las palabras escritas.
Pared con pared, Ismael no podía dormir la siesta porque una guitarra mal tocada le removía el alma y saludaba a su resaca; La noche anterior, se había encontrado con Sandra después de mucho tiempo, causándole un ataque agudo de melancolía. Y también con Anabél, aunque ella no le causaba el mismo efecto de desesperación. Excepto con Sandra, eso solo le sucedía con Azucena, y sus ojos de color miel.

En el banco amarillo de un parque, Susana rompía con el cabrón de Ignacio. La había engañado con Macarena y quizá también con Raquel, de eso no estaba segura, por ahora.
Dos bancos más allá, Agustín apuraba una botella de vino. Y se acordaba una vez más de su primer amor ya tan lejano, de color Rosa; como el nombre de su amada.

A Marta, se le rompía una cuerda mientras guardaba su corazón en un envase metálico; malditos versos cuando una solo sabe pensar en besos.
Teresa, mientras, volaba por el río sin entender de saludos. Alfonso, escribía versos en una habitación de cristal blindando, todos los folios temblaban al contacto de su pluma. Pablo, en cambio, decoraba paredes, cartones, lienzos, manos y corazones grises.

Y yo, simplemente buscaba mi camino, mientras leía una y otra vez una frase de una película que adoro que quizá adivinéis:

Para tu padre había dos mujeres en el mundo. Una de ellas era tu madre. La otra eran el resto.
¿Y tú? ¿qúe hacías tú?...

RODRIGO.

martes, 15 de febrero de 2011

Hoy puede ser un gran día


  • ¿Sabes? - comentó Sue- hoy puede ser un gran día.
  • ¿Por qué? -respondió una voz salada y gastada por el mar-
  • Porque si y punto -resolvió Sue-
Y a continuación clavó su mirada verde y su sonrisa demoledora en los ojos y las manos de aquella voz. Eso fue mucho antes de que Sue temiera dar la mano, perderse en el mar, bailar descalza, recibir besos en las manos y demoler las aceras grises; mucho antes de los cuadros y el olor a humo en los dedos de la mano. Fue cuando Sue aún sabia llorar de felicidad...

En la habitación de al lado una planta se estaba muriendo. Y tumbada en la cama Sue fumaba y disparaba aros de humo contra el techo.

Sue se acababa de mudar a un cuartito en una buhardilla compartida a orillas del río _ _ _ _ con una chica que regalaba anuncios por la calle, y de la cual descubrió más adelante que tocaba maravillosamente el cello, siendo su especialidad el " el primer movimiento del concierto para cello de elgar". La nueva ventana de Sue estaba rota y no podía ver a través de ella ni asomarse a contemplar lo que había detrás.
Para muchos esto sería un detalle sin importancia, pero para Sue, un cuarto si ventana era como una celda fria y mal maquillada.

Sue no sabía si había abandonado o si se había rendido demasiado pronto. Pero luchaba cada día para lograr no hacer demasiado caso a sus pensamientos, porque de todas maneras nunca la habían ayudado a ganar ninguna batalla, y siempre había sabido que el único elemento que la ayudaba era la elegancia bien utilizada, con orgullo y miradas heladas sin complejos; regalando seguridad como si fueran besos lanzados con la mano.

Aún así, para vencer en aquella ocasión, y sin ventana como aliada, debía marcharse de aquel lugar a donde fuera; debían marcharse solo ellos cinco; Sue, su elegancia, su tabaco sin boquilla, su libreta azul y su seguridad engañada.
Sue anduvo sin rumbo durante horas sin importarle demasiado el resultado. Se compró un vestido azul para las grandes ocasiones, y otro amarillo paras las grandes ocasiones; a partir de ahora solo habría grandes ocasiones.

Se tomó un café con leche en una terraza donde dos muchachos intentaban simular una conversación filosófica mientras miraban faldas y contoneos pasar. Y finalmente se metió en un cine a ver una película de la que no pudo entender demasiado por su poco manejo del _ _ _ _ _ _ _.
Horas después y aprovechando que el sol se iba a ir a buscar sin recompensa a la luna, Sue se asomó al rio que estaba al lado de su nuevo cuarto sin ventana a contemplar como el agua buscaba un mar donde descansar. Y entonces se acordó; recordó una conversación, sacó su libreta azul y anotó.
  • ¿Sabes?, hoy puede ser un gran día.
Arrancó la hoja, hizo un avión de papel, y lo arrojó al rio. Hoy puede ser un gran día, repitió Sue en voz baja, pero esta vez nadie respondió.
Aunque cuando Sue decida, el rio bailará a su compás y todos con ella. Y al pintar de nuevo un cuadro y darse la vuelta, alguien sonreirá, tomando su mano, y demoliendo las aceras grises.

RODRIGO.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Hey Jude



Jude sabía que tarde o temprano aquello iba a suceder de nuevo. Había logrado sobrevivir algunos meses más, pero mientras observaba aquella cerveza negra sin fondo, y mientras a su derecha un anciano con gorro le recordaba enormemente a lo que él podría ser en un futuro, se dio cuenta de que seguía solo, perdido, y asqueado. Y poniéndose de pie, apurando la cerveza y suspirando decidió que se marchaba de una vez por todas.

Jude tenía que tomar un barco verde y con velas amarillas, no había otra manera para salir de su pequeña ciudad costera. Jude adoraba el mar. Aunque quizá solo cuando hacía frío y en su vida aún cabían las sorpresas y las tardes hermosas. Cuando el miedo y el veneno de las palabras mal utilizadas aún no formaban parte de las decisiones.

Al tercer día de travesía Jude paseaba por la cubierta del barco, protegiendo bajo su brazo un mapa señalado con doce cruces, una por cada lugar que visitar, una por cada mes del año, cuando de pronto escuchó una música trágica y luminosa que venía de algún lugar del barco. Al acercarse descubrió a una muchacha muy hermosa tocando sobre un piano blanco de marfil que estaba situado en la popa del barco. Aquello parecía un milagro, o un maldito sueño. Pero era demasiado real. Jude se pellizcó y se dio un par de tortas en la cara, hasta que boquiabierto se sentó en el suelo y la escuchó; la muchacha cantaba sobre un imperio derrotado, una mirada fuerte y maravillosa, un corazón volador que había logrado escapar de algo malvado, y un futuro secreto, bailado y asombrósamente brillante.

Entonces Jude lo supo. Supo que era todo aquello que buscaba, y supo que en una de aquellas doce cruces estaría ella esperándolo con su cinta en el pelo, su vestido estampado de flores, sus cigarrillos y sus bailes demoliendo aceras.

Aunque un susurro se le colaba por la camisa y le hacía un triste nudo en el estómago. Algo le cantaba, le decía, le mostraba algo extraño que no podía descifrar. Algo que si Jude hubiera sabido, quizá no habría emprendido aquel viaje; como un billete de ida sin retorno.

La muchacha del piano dejaba de tocar, derramaba una lágrima y se miraba las manos temblorosas, surgía de nuevo un recuerdo. Y de pronto, el cielo se nublaba. Y si en ese instante mirabas al mar; miles de rosas rojas flotaban a la deriva, y un corazón lentamente se marchitaba...

PRÓXIMA PARADA; CRUZ NÚMERO UNO.


RODRIGO.