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miércoles, 30 de mayo de 2012

Historias, bicicletas y miradas


Cuando Mario volvía hacia casa las aceras reflejaban farolas y los pensamientos volaban, iban, volvían, y se asustaban unos a otros. Y entonces Mario no entendía las cosas, ni a las personas. Ni si quiera entendía las palabras, ni los gestos, ni encontraba nada hermoso en todo lo que antes le recordaba una oportunidad o un brillo. Y entonces Mario se sentía solo; y la soledad le cogía de la mano y le susurraba que quizá esta vez iba a tardar algo más en volverse a marchar.

Entonces una chica con una bicicleta esquivó a dos transeúntes. Un hombre sacaba ropa peligrosamente de un camión con la misión de surtir a una tienda de (quizá con ropa de verano) y ocurría lo inevitable; tortazo de la chica en bicicleta, hombre que se marcha con prisa y un muchacho llamado Mario ayudando a la chica a levantarse del suelo.
  • Gracias -dijo la muchacha- que torpe soy, madre mía.
  • No ha sido culpa tuya, tranquila -dijo Mario-.
  • Te sientes solo ¿verdad?
Y entonces Mario se asustó un poco. Pero ¿qué cojones? ahí estaba el problema: en las conductas, en la puta normalidad y en la falta de observación (que poca gente sabe mirar...). Esta vez, por una vez, le pareció natural, y después de comprobar que la chica estaba bien y no tenía ninguna herida respondió.
  • Si, no sé. Solo, desilusionado, llámalo como quieras, ¿Cómo lo has sabido?
  • Bueno, digamos que estás delante de una sabia, pero no lo digas por ahí.
  • No tienes pinta de sabia -dijo Mario-
  • ¿Qué pinta debería tener? - respondió sorprendida la chica.
  • No sé... más vieja, entrañable, quizá ofreciéndome un té...
Ella naturalmente se rió y mirando a Mario le ofreció algo mucho mejor que un té o una mirada entrañable. Le ofreció una historia...

Un hombre decidió viajar para encontrarse a sí mismo. Siempre había tenido un gran problema; se sentía solo e incomprendido. No era feliz en su trabajo, con sus amigos, con sus vecinos ni con su familia. No era feliz porque se sentía fuera de lugar y eso a veces mata ¿no creéis?

En sus viajes conoció a muchas personas y muchos lugares maravillosos. Aún así seguía sintiéndose diferente y extrañamente solo. Seguía intentando seguir las conductas habituales para hacer lo normal y que no le dijeran nada, y eso le mataba y le borraba a golpes sordos la sonrisa.
Por mucho que caminó no encontró solución ni en los desiertos, ni en las praderas, ni en Kénia, ni perdido por miles de pueblos, ni en el fin del mundo.

A veces cuando le costaba respirar le ayudaba rezar y meditar. Pero al final, lo que necesitaba a gritos, era esa mirada que le dijera que todo estaba bien porque él estaba bien, y el mundo con él también lo estaba, aunque girara sin tenerle muy en cuenta.

Unos años después regresó a su casa y se quedó encerrado en el ascensor con una vecina que se había instalado en el piso de al lado. Después del desconcierto empezaron las preguntas, las respuestas, las risas nerviosas y las miradas. Y por primera vez se sintió visto y comprendido. Había respondido sin más y ella le había mirado sin extrañeza ni miedo, le había visto entero, sin prejuicios, sin interferencias...
  • ¿Has entendido? - preguntó la sabia-
  • Creo que sí... -respondió Mario-
  • Mario -dijo ella- Tú eres tú y como tú solo estás tú. Puede que muchos no te entiendan o que no te vean, menos mal que en el mundo no somos todos iguales. Lo importante es encontrar a esas pocas personas que sepan verte y que quieran mirarte, entonces sobrarán las palabras y tu soledad se pegará una torta como la mía hoy en la bicicleta.
Cada uno siguió su camino y Mario se puso música en los oídos. Sonaba lucha de gigantes y Mario se había propuesto muchas cosas nuevas. Entre ellas mirar y seguir mirando, aprender, caer y levantarse. Y alguien le miraría y él recibiría esa mirada. Entonces sobrarían las palabras, y los malos gestos, y todos los lamentos, y las lágrimas negras. Una mirada; a veces solo una mirada.

RODRIGO.

versos y abrazos


Cuando el sueño supera la razón...