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jueves, 14 de abril de 2011

La sensación


Al chocar dos olas con todas sus fuerzas, después de haber recorrido multitud de años, experiencias, caídas y malos recuerdos. Una de las dos tiene que caer y desaparecer bajo el poder de la otra.

La tarde del catorce abril de 1878 comenzaba a pintar sombras, cuando María descubrió que llevaba treinta y cinco días llorando sentada en las rocas de la playa. Siempre se sentaba a treinta y cinco pasos de la orilla del mar, era una costumbre bastante extraña, pero alguien le había dicho alguna vez que esa era la distancia que separaba al amor de la locura; y para ella había sido una gran explicación digna de una tarde de reflexiones y poetas con gafas de sol.

María antes escribía cartas sin parar. Adoraba los folios de colores y ocultar palabras dentro de cada uno de sus textos; cuando las palabras no duelen es impresionante jugar a ordenarlas, marearlas y saborearlas.
Echaba terriblemente de menos el sentimiento de paz. Tumbarse en la arena, en la hierba o en un tejado a observar el mundo pasar sin tener nada más en cuenta; pero eso ya no sucedía desde hacía tiempo. Y lo lo más desconcertante y molesto era que María no sabía muy bien porque su paz había hecho las maletas y se había largado a otro lugar sin previo aviso, despedida o consideración.
Un día María se levantó con cara de pocos amigos y todo lo demás fueron preguntas del tipo - ¿te pasa algo? , ¿te encuentras bien?- y respuestas simpáticas como - déjame un poquito tranquila, o, bueno,  aunque no te importe demasiado voy sobreviviendo que ya es bastante-. Aquel día fue un triste principio, y la comprobación de que supuestamente María tenía de todo, pero en realidad no tenía de nada. Había jugado tanto a contentar a los demás que al final había olvidado aprender todas las cosas que su alma necesitaba para no quedarse gris y pachucha.

Por eso el mundo se derrumbaba y sus lágrimas perfeccionaban su caída lentamente, poco a poco. Los bailes solo sucedían en lugares lejanos y los carruajes mataban al silencio, al rugido de las olas y a las brujas con paraguas...
María comenzó a dejar de fingir que sonreía, porque además, siempre había sido una actriz bastante pésima, y para fingir ya había demasiadas personas deambulando por el mundo. Dejó también de peinarse, de quererse, de mimarse, de aconsejarse y de cuidarse. El tiempo se sumergió y María junto a sus rocas y el mar desapareció aparentemente del mundo.

¿Habría perdido o recuperado la cordura?

Treinta y cinco días después una guitarra desgarradora la sacó de su escondite. El sol comenzó a brillar con más intensidad que nunca haciendo nadar a las gaviotas y volar al agua cristalina.
Por ahora el mundo entero respiraba, se despertaba. Y agitándose y temblando María se giraba mientras la voz que acompañaba a esa guitarra comentaba.
  • Cuanta paz se respira hoy por aquí, ¿verdad?
  • Eso parece -respondía María-  Por cierto ¿Cómo te llamas?
  • .....

RODRIGO:

2 comentarios:

  1. Él debería llamarse Pablo, pero en 1878... No se demasiado moderno, quizá Serafín le pega más jajaja!!!

    Espero que María no pare de escribir cartas de nuevo!

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  2. Y que difícil es mantener el equilibrio Maria...

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