Miro el café con leche muy concentrado con la pequeña ilusión de verme allí reflejado. Me gustaría saber si mi aspecto ha cambiado, aunque no lo creo. Serán mentira todas las historias que dicen que el dolor o el miedo son capaces de cambiar el aspecto de las personas. Otra mentira más, como casi todo lo que hemos aprendido en nuestra vida al fin y al cabo.
Me largo porque ya no puedo más. Ya no puedo dormir ni caminar, noto como un puño apretándome constantemente en el pecho, a todas horas, y vaya donde vaya. Ni siquiera puedo reír sin sentirme culpable por hacerlo, ¿y qué es de una vida sin risa?, para mi no es nada, no es una vida.
No puedo respirar de cosas que no pasaran nunca. Ya no puedo seguir ocultando la rabia que me arde por dentro, ni apagarla con una excusa o una canción.
Me termino el café y pago la cuenta en la barra del bar. Hay mucho movimiento de pasajeros que acaban de llegar, o están a punto de marcharse que se toman algún café para espabilarse. Son las ocho y media de la mañana y muchos trenes escupen o recogen pasajeros preparándolos para un nuevo día.
Yo por fin he logrado vaciar mi cabeza y a cambio llenar una maleta. Y por si fuera poco, he decidido también matar a todos mis recuerdos. Me asombra lo fácil que resulta enterrar a los malos y ensalzar a los buenos, y eso no me parece justo ni me sucederá nunca más. Paso de los sueños y de las circunstancias que busco constantemente para que parezcan casualidades. Siempre me dieron mucho más daño que remedio, que se hundan, los condeno al olvido que es el peor castigo que existe.
Todo comenzó aquí, alrededor de esta estación, alrededor de esta ciudad. Aquí no supe hacer las cosas bien. Aquí fue dónde desde el principio el destino me fue empujando lenta e irremediablemente hacía este desenlace...
RODRIGO.