Estoy
cansado de pensarte, quererte, necesitarte y luchar contra mi corazón
y mi alma. Estoy cansado de planear estrategias para olvidarte y al
final terminar derrotado, con tu mirada clavada en la mía y mis
silencios jugando al despiste.
Estoy
cansado de soñarte, de mirarte y desearte. De rozarte, componer
poemas y escribirte cartas absurdas. De conducir borracho por
nuestras calles, de tropezarme y tratar de estar siempre cerca para
evitar que te caigas.
Estoy
cansado de salvarte de cien maneras distintas en mi mente y de
esperar fumando aros de humo grises en los lugares donde quizá, si
te diera por escapar, pasarías a buscarme. Estoy cansado de
anhelarte, de inventarte y de ingeniar millones de formas ñoñas de
enamorarte.
Estoy
cansado de vivir entre tinieblas, a través de risas y llantos, con
ese vaivén que mata y pocas veces fortalece. Estoy cansado de trazar
mapas por si un día te da por encontrarme, de esbozar bailes en
fiestas que no existen, y de proyectar una película tras otra sobre
nuestra vida, nuestros besos, y nuestras discusiones.
Estoy
cansado de no saber arrinconarte, de no aprender a borrarte, y de
escuchar tu risa sacudiendo mis cimientos y pulmones. La verdad es
que estoy cansado de tus vestidos y mis reproches, mis lamentos, mis ausencias, y mi estúpida costumbre de torcer la boca y hacer muecas
extrañas.
Pero
entonces apareces y no me canso de tenerte en frente, de rondarte,
disimularte e invitarte a cualquier rincón del mundo. Con tus manos,
tu mirada, tus maneras, tus enfados, tus aplausos, tus gestos, tus
enigmas, tus respiraciones aceleradas y tus agobios. No me canso de
revisar tu vida, mi vida, mis fuerzas y tus problemas. De ofrecerte
mis pobres soluciones y prometerte, aunque a veces no te lo diga, que
antes de dejarte sufrir abriría mi corazón hacia el cielo aunque
solo llovieran balas.
Rodrigo.